Golpe de relámpago
El amor como hamburguesa de cadena de comida rápida: sabes que eventualmente puede hacerte daño pero está muy bueno.
Sentados frente a la ventana, mirábamos a los adolescentes en la acera de enfrente. Sus cuerpos nos dejaban intuir de qué se trataba la escena.
—«El amor como hamburguesa de cadena de comida rápida: sabes que eventualmente puede hacerte daño pero está muy bueno» —dije moviendo las manos como si pusiera las palabras en una marquesina.
—Igual que con la comida chatarra, no son lo mismo los dieciocho que veinte años después —dijo sonriendo y mirándome por encima del vaso antes de dar un sorbo a su refresco. Usó esa frase simplona y prefabricada como las hamburguesas del restaurante de comida rápida que yo había elegido para encontrarnos. Lo dijo sin un mensaje oculto, solo un apunte ingenioso… o eso intuí por la inflexión en su voz. ¿Pero qué podía saber yo sobre la voz de alguien con quien había intercambiado miles de caracteres pero sólo había escuchado las dos veces que nos habíamos visto? El chat no tiene inflexiones (o sí, pero cualquiera pone cinco emojis de «riendo hasta las lágrimas» para responder a cualquier comentario mediocre que intenta ser gracioso); todos mis intentos de enviar audios (que aborrezco) para lograr escuchar su voz de vuelta siempre fueron respondidos con texto. «No soporto los audios (y tres emojis de carita-de-mono-que-no-ve)», se asinceró eventualmente.
— No, claro, pero por lo mismo de ser tan jovenes, debe haber sido igual de intenso cuando estaban juntos —le contesté señalando con la cabeza a la pareja-que-dejaba-de-serlo al otro lado de la calle. Ambos adolescentes replicaban sus roles de género en el amor romántico aprendidos de libros, películas y anécdotas en sus relativamente cortas vidas. Ella: con lágrimas desesperadas. Él: impasible e irritable.
— No hay nada que puedas hacer para evitar que te rompan el corazón —dijo tapándose la boca llena con su reciente bocado, siempre manteniendo el decoro. En esta frase lapidaria sí [que]1 percibí una temperatura similar a la de mi hamburguesa inacabada (por estar de fisgón en lugar de concentrarme en la comida). Comencé a preguntarme si finalmente todo lo que habíamos hablado sí estaba unido por un subtexto que había obviado. La inseguridad empezaba a colarse en la fachada de calma que había aparentado hasta ahora en nuestro tercer encuentro cara a cara. Me di cuenta de que me gustaba estar aquí, ahora, sentados en estas sillas altas en las que nos colgaban los pies. Me di cuenta, también, de que extrañaba los emojis pasados e incluso los futuros. Aunque fueran repetidos porque sí. Me quedé callado. Mordiendo y masticando. Masticando y mordiendo.
— Disculpa, soy muy malo para ligar — dije finalmente.
— ¡Ah! ¿Estamos ligando? —mojó una papa en el botecito de ketchup y me sonrió.
En algún punto nos besamos.
Reconocimos el enamoramiento, sus riesgos y sus gozos.
Discutimos.
Reímos.
Nos miramos.
Comemos hamburguesas con papas fritas conmemorando esta fecha desde hace siete años.
Gozamos de buena salud.
N. del E. Este texto fue escrito para el módulo “Cómo narrar las relaciones amorosas” en el Laboratorio de Narrativa con Juan Pablo Villalobos en Marzo de 2022.
Monosílabo extra para lxs lectorxs en Iberia.