Hasta entre los perros hay razas
Jueves por la “mañana”, camino medio dormido; fue una larga noche y no por las razones que hubiera querido. Saben a qué me refiero.
Parte de 148p: historias de ficción (o auto-ficción) contadas en ciento cuarenta y ocho palabras exactas.
Jueves por la “mañana”, camino medio dormido; fue una larga noche y no por las razones que hubiera querido. Saben a qué me refiero.
Por el rabillo del ojo veo un hombre acercarse, uniformado con tubo en la mano. Mi cerebro letárgico calcula dos segundos para que comience la acción.
Uno.
Dos.
El tubo impacta con su sonido desgarrador y mi compañero salta al ataque.
Tres.
Mi cuerpo reacciona lento; apenas detiene su impulso canino.
El imaginario noir se desvanece. Sonrío avergonzado al butanero quien pasa de largo. Serio, acostumbrado.
«Mi perro hace lo mismo», dice una señora que apareció de la nada. «Creí que sólo el mío», miento sonriente. «Le ladran a gente … así», queda claro qué es así. Así es extranjero, moreno, no católico.
— Creo que es por el ruido, no por la persona — apunto sin sonrisa.
— Mi perro ladra por ambos.
Necesito un trago.
Maridaje: Pum Pum Bang Bang
N. del A.: El butanero es una persona que reparte tanques de gas butano de puerta en puerta y anuncian su llegada golpeando los tanques con un pequeño tubo que se puede escuchar a más de dos calles. El butanero es todo un personaje del folclor español así como el lechero en México (padre putativo de todo a quien se le quiera tachar de bastardo). Últimamente ya no se ven tantos butaneros españoles, son (al menos los de mi barrio) principalmente de Asia Central (Paquistán, Bangladesh, India, etc) o de Oriente Medio. La historia es la de siempre: un trabajo duro, cansado y de bajo salario que los locales no quieren hacer pero que acompañan con la retórica de “los inmigrantes vienen a quitarnos el trabajo” y la desconfianza.
