Mensajes en la sangre
En memoria de James Wright Foley (18 de Octubre, 1973 — c. 19 de Agosto, 2014) y de todos los periodistas asesinados en el cumplimiento de su profesión.
Soy la Arteria carótida de James.
Repito esto cada segundo del día, desde hace casi cuarenta años, aunque este concepto me es relativamente nuevo; yo no sabía de medir el tiempo. Yo sólo sabía de pulsaciones y de mensajes en la sangre.
No sé mucho más. Soy una vía sobreexplotada por El Corazon de James —mi jefe directo—; un workaholic irremediable con actitudes de tirano que retumba constantemente para marcarme el paso de las cargas que deben ser entregadas. Yo lo hago posible por mantener el ritmo de este trabajo repetitivo pero necesario; a final de cuentas alguien tiene que hacerlo.
El concepto del tiempo la aprendí del Cerebro de James, un sabelotodo parlanchín y el principal destinatario de mi carga. Antes de que me contara de estos temas, yo no sabía de segundos, días ni años, ni de estar en un cuerpo; de estar en James; de ser James.
El Cerebro de James siempre tiene historias para contarme entre idas y venidas, algunas divertidas, otras muy extrañas. Por ejemplo, que Los Ojos de James le contaron sobre un cuerpo llamado Brad que tenía dos cerebros; uno se llamaba Tyler. El Cerebro de Brad repetía el nombre de otros órganos según la carga que les mandara. El otro cerebro —Tyler— mandaba mensajes secretos para boycotearlo. Al Cerebro de James le hacía mucha gracia la situación pero yo no termino de entenderla —como ya dije, yo no sé muchas cosas, solo sé de pulsaciones, de mensajes y de sangre— pero desde entonces repito la frase constantemente, para que quede claro para quién trabajo, que soy la arteria carótida de James, no vaya a ser que aparezca algún otro cerebro tratando de colarme cargas extras pensando que voy por libre. James es mi jefazo, nada le faltará.
Desde hace varios ¿meses?, el Cerebro de James se ha ido volviendo más callado, me contaba cada vez menos historias, está perdido en sus cosas. Firmaba de recibido cada entrega sin decirme una sola palabra a pesar de que últimamente hago más entregas que de costumbre y en momentos muy extraños. Pasar de la «calma» cotidiana a sesiones de trabajos forzados de mucha presión es cada vez más común. El tirano workaholic me hace trabajar todavía más que de costumbre. Las cargas se han ido volviendo más pesadas y el trayecto menos fluido. Hay menos oxígeno, más adrenalina. He tenido que llamar al Reflejo Barorreceptor de James —con las consecuencias que eso tiene— un montón de veces ya. Es todo muy agotador. Estoy cansada. Harta y cansada.
Desde hace unas ¿horas?, la carga que transporto lleva más nutrientes que de costumbre. «Para lidiar con el calor del desierto», dijo el Cerebro de James y después volvió a contarme cosas otra vez; con nostalgia. Cosas que no quería saber. Cosas que escucharon las Orejas de James, sobre la existencia de otro cuerpo llamado Mamá de James, sobre imágenes descritas por los Ojos de James, sobre Objetos de James: «cámara», «chaleco», «casco». Mientras me contaba sobre «países» y «negociaciones», comenzó el caos más grande de toda mi experiencia como transportista: desde hace cuatro minutos entrego menos oxígeno y más adrenalina. Necesito hacer hacer hasta el doble de entregas para compensar. Hay una presión enorme de la que no me puedo liberar, moverme es cada vez más complicado, ¡ninguno de los reflejos reaccionan!. Mi jefe-tirano ha perdido su ritmo marcial en más de una ocasión. Llevo los mensajes de un lado a otro, en desorden, a medias; grito desesperada: «¡Soy la Arteria carótida de James!¡Soy la Arteria carótida de James!¡Soy la Arteria carótida de James! ¡Soy la Arteria caró…!».
La frase se me partió de un tajo. Yo con ella. Traté de seguir gritando pero no puedo. La presión que sentía se desvanece. El tambor volvió a la calma, cada vez más espaciado. Intenté seguir entregando los mensajes pero ya no encontré ningún receptor. No sé qué me pasa… busco la explicación entre las últimas cosas que me dijo mi amigo antes de quedarse callado para siempre.
Dudo que pueda entenderlo.
Yo no sé de petróleo,
ni de fronteras
ni de geopolítica.
Yo no sabía de Siria,
de fe
o califatos.
Yo no sabía de silencios ni ausencias.
Yo sólo sabía de pulsaciones y de sangre.
En memoria de James Wright Foley (18 de Octubre, 1973 — c. 19 de Agosto, 2014). Según la UNESCO, en todo el mundo, han habido 887 asesinatos de periodistas en los últimos diez años; 54 en lo que va de 2024. Estos números son de los casos llevados ante el consejo. El número real sobrepasa ese registro. Tan solo en medio oriente, hasta el 14 de octubre de 2024, el CPJ (Comité para la protección de periodistas) estima al menos 128 periodistas y trabajadores de medios muertos en Gaza, Cisjordania, Israel y Líbano desde el inicio de la guerra, haciéndolo el periodo más mortal para periodistas desde que el comité comenzó a registrar datos en 1992.
N. del A. Este texto fue escrito para el módulo “Cómo narrar la violencia” en el Laboratorio de Narrativa con Juan Pablo Villalobos en Febrero 2022.