Saludos al sol
Un día intenté ponerme un calcetín y me caí de lado. Decidí que esa era la señal para hacerle caso a esa amiga y empezar a practicar yoga. De ahí surgió este texto.
Desde hace unos días, siguiendo la recomendación de una amiga, he decidido dedicarles unos minutos de mi rutina matutina a saludar al Sol — «Cinco a diez minutos “dedicados al bienestar y elasticidad del cuerpo y la mente”», me dijo haciendo énfasis en la parte final de la frase. Me parece una buen objetivo; imposible dedicarle más: me levanto con dificultad y por lo general con poco tiempo antes de tener que salir a trabajar.
Cuando empecé, pensaba que el problema estaría en ser disciplinado; hacerlo todos los días, tener la voluntad para crear el hábito. Pero me equivocaba: la dificultad está en el límite de los cinco minutos. Mi intento de hacer unos saludos rápidos — un «¿qué tal, todo bien? ¡que bueno! ¡Uy, tengo que irme corriendo!» — se ha convertido en una sesión de terapia a la que sólo le falta el diván. El resultado: cuatro de cada cinco de estas sesiones matutinas resultan en que salga de casa con retraso.
Cada saludo va mas o menos así: a la primera reverencia matutina el Sol me empieza a contar chismes y cuchicheos estelares; que si aquella estrella es muy fría, que si aquella enana es odiosa. También hay historias sobre los achaques de la vejez: que ya no siente la misma energía que antes, que las recurrentes ventosidades solares, que la inminente muerte del universo —“heat death” le llama—, que la lejanía con sus otros amigos estelares incrementando cada día.
Desde hace tiempo tengo la duda de si este monólogo en el que entra el astro rey es una cosa de la edad, de la soledad o de su calidad monárquica —a todo esto, ¿qué opinará de que le consideremos rey aquí en la tierra? ¿le gustará ser parte de una monarquía? ¿y qué pensará de eso de ser considerado deidad?— pero no hay cabida para el diálogo. Aunque habla lento y pausado, como quien sabe que tiene todo el tiempo del mundo —del universo—, no da pie a preguntas ni respuestas. Eso sí, siempre está esperando algún gesto mío que le haga saberse escuchado; yo apenas atino a gruñir un «ah» o un «claro» entre un respiro y el siguiente.
Cuando llego al cuarto minuto, con el cuerpo un poco más flexible y la mente más despierta, comienza la fase más crítica: encontrar el momento justo para despedirme y escapar a la ducha. He descubierto que la mejor manera es esperar a un tema en el que pueda parafrasear alguno de los múltiples dichos humanos sobre nuestra estrella galáctica — me he aprendido unos cuantos ya — . Ver la oportunidad y soltarlo de lleno, sin respiro, seguido de una despedida corta y concisa. Por ejemplo: cuando habla de viejas rencillas con Próxima Centauri aprovecho alguna mínima pausa y le suelto un «Nodejesquesemueraelsolsinquehayanmuertotusrencoresbuenotengoqueirmebye», me paro con un salto, doy media vuelta y me voy. Es un poco brusco pero funciona y, creo que hasta el momento no ha causado ninguna animosidad en nuestra relación; sigue devolviéndome el saludo cada día.
Se que todo esto parece un reclamo, los monólogos, el esfuerzo, los retrasos; como que no disfrutara de estos no-tan-breves momentos. Pero esto que cuento es, en realidad, una mera anécdota. Me gusta saludar al Sol, temprano en las mañanas, medio dormido . Me gustan sus historias aunque me hagan llegar tarde. Somos familia, hechos de la misma materia. Solo la dimensión del tiempo es la que nos separa: él tan universal, yo tan humano.
N. del. A. Empecé a practicar yoga hace unos años. Un día intenté ponerme un calcetín y me caí de lado. Decidí que esa era la señal para hacerle caso a esa amiga que durante mucho tiempo me había recomendado el yoga como solución para —casi— todo. Si les interesa practicar, les recomiendo Downdog. A mi me ha funcionado bastante bien, es gratis y, si deciden pagar, no es demasiado caro (no, esto no es un anuncio, de verdad soy fan de lo que hacen).
N. del E. Este relato fue publicado originalmente el 2018-04-14. Me pareció que es un texto que cuadra muy bien con estas fechas de fiestas decemrinas así que lo re-edité y re-publico hoy que coincide con la nochebuena con versión en audio añadida. ¡Que pasen felices fiestas!
Otros desvaríos
Golpe de relámpago
Sentados frente a la ventana, mirábamos a los adolescentes en la acera de enfrente. Sus cuerpos nos dejaban intuir de qué se trataba la escena.
Retrato escrito № 1: Roberta
Parte de 148p: historias de ficción (o auto-ficción) contadas en ciento cuarenta y ocho palabras exactas.