Desconexión generacional

Un breve relato sobre sonidos que pierden su contexto a través del tiempo.

Tenemos un meme con mi pareja. Creo que era suyo, de su familia, pero ha trascendido hasta nosotros. Es una canción, más bien una pieza. Una pieza de 8 bits. Ese sonido cuando Mario (el de Mario Bros.) va corriendo en su mundo de desplazamiento horizontal después de haber tocado una estrella. Corre —el jugador lo hace correr, si nos ponemos estrictos— cambiando de colores, como con un halo que lo rodea, aprovechando los pocos segundos que tiene de invencibilidad ante plantas, goombas, balas de cañón y tortugas que deambulan.

Cantamos la tonadita cada que tenemos que apresurarnos para hacer algo: salir a la calle, cruzar la calle con el semáforo parpadeando, cambiar el ritmo para volver a casa —el perro necesita salir, alguien necesita entrar al baño, llueve y hay ropa colgada—. Cantamos y corremos, compartiendo memorias de cuando jugamos a ese juego en nuestras respectivas infancias y situaciones. Una memoria compartida años antes de conocernos.

Hace poco, cuidando a la hija de unos amigos, de tres o cuatro años, canté la canción mientras corríamos de regreso a la mesa donde se encontraban sus padres. La niña sonreía, le hacía gracia el correr, el ver a sus padres cerca, supongo que también el que cantara. Antes de empezar el segundo ciclo de la tonada, caí en cuenta de que estas notas no tienen ningún sentido a oídos de una niña de ahora. Es solo algo que los adultos —este adulto— cantan, como una canción de cuna, una tonada sin significado: forma sin fondo. La idea me hizo sentir más viejo; me afectó más que el ligero dolor de lumbares causado por correr treinta metros agachado antes de entregar a la niña a sus padres.

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N. del A.: Esta semana, un texto más largo que los de 148p, pero más corto otros del anecdotario. Me encuentro preparando el viaje de vuelta y atendiendo muchos pendientes.

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