El autocorrector de un ateo
Se niega a aceptar los designios (tecnológicos) que se dan en las alturas (de la nube).
Parte de 148p: historias de ficción (o auto-ficción) contadas en ciento cuarenta y ocho palabras exactas.
Cuando compró el teléfono gastó mucho tiempo borrando la palabra entera para volverla a escribir bien; o editándola, haciendo ese gesto latoso de dejar presionada la barra espaciadora y arrastrar el dedo por encima de las tres últimas letras hasta poder cambiar la «D» por «d».
En conversaciones de bar, maldecía a los programadores buscaban adoctrinarlo, imponiendo su voluntad para que el autocorrector escribiera la palabra siempre con mayúscula. «Es un nombre propio», le decían sus amigos. «No debería», respondía él.
Le tomó meses —un ateo no hace referencia a dios tan seguido como podría pensarse—, pero por fin un día la palabra permaneció como la había tecleado. La borró y volvió a escribirla para confirmar su control sobre los designios tecnológicos.
¡Había domado al autocorrector! Pero la máquina no se daba por vencida: ahora subrayaba la palabra en rojo, resaltándole el fallo de su falta de fe.
N. del E.: Según los datos demográficos, en España 32% de las personas se consideran ateas. En México, el 8%. Países Bajos tiene la mayor cantidad con 42%.
Relacionados
Conversaciones con La Ansiedad (I)
Parte de 148p: historias de ficción (o auto-ficción) contadas en ciento cuarenta y ocho palabras exactas.
Sentimiento fantasma
Parte de 148p: historias de ficción (o auto-ficción) contadas en ciento cuarenta y ocho palabras exactas.
¡Vaya por dios! ¡Qué mal lo pasó! Yo parece que lo domé (y eso que no soy atea, sino agnóstica), pero no soy consciente de que me costara trabajo (más me cuesta que no me cambie «costara» por «costará»).