La escritura es un oficio solitario
Comencé con el intento de llevar un libro de los 80s a una herramienta digital; terminé creándome un asistente literario al que doté de personalidad... y puede ser tu asistente también.
En noviembre de 2019 comencé unas sesiones de asesoría sobre escritura. Mi intención era «ponerme serio» con el tema; re-visitar textos que había escrito los últimos años para ver si había algo «digno» ahí.
De esas sesiones en la librería Rosario Castellanos, producto de la gran capacidad didáctica de mi asesor y maestro, obtuve una dosis enorme de conocimiento formal y «del oficio», y muchas ideas trabajadas —entre ellas, la evolución de un relato corto que se terminó convirtiendo en la novela que estoy escribiendo (a ritmo lento pero constante).
Entre las herramientas que aprendí que existían para escribir, me encontré con el Diccionario de ideas afines de Fernando Corripio. Un libro que, a diferencia de un diccionario tradicional —donde encuentras definiciones, sinónimos y antónimos—, une palabras con ideas. Por ejemplo:
El libro, publicado en 1985 es un mundo en sí mismo. La idea es sencilla pero poderosa: saltar de idea en idea hasta dar con lo que buscas. Como hipervínculos antes de que existieran los navegadores. Como una réplica de la manera en que que llegamos a las cosas almacenadas en nuestro cerebro1.
Una herramienta super útil que no sé cómo es que me enteré apenas hace unos años. En mi opinión, debería ser utilizada desde la infancia para fomentar la creatividad.
Siendo 2019, imaginé que existiría una versión online y tenía razón. Era —dejó de existir por ahí del 2023— una página blanca con azul, tal vez un homenaje a su dominio .ar, con un campo de texto y un botón, con tipografía y diseño dignos del vestigio de la época del internet a la que pertenecía. La navegación era rudimentaria, las páginas recargaban y se perdía el histórico; sin embargo, funcionaba y me fue muy útil en un montón de textos (algunos, publicados ahora aquí). DEP.
Usaba tanto esa página que en algún punto pensé en crear una versión renovada de la herramienta. Una actualización para esta década, más afín a las webapps de ahora. Comencé a bocetar la idea, a pensar en la tecnología —en qué lenguaje programarlo, en qué base de datos almacenar las relaciones entre las palabras—, cómo agilizar la navegación, cómo actualizar el diseño. Todo esto ocurría en la época en la que la Inteligencia Artificial despuntaba y era adoptada a un paso vertiginoso, así que empecé a dudar si una página «tradicional» sería la mejor manera de abordar el reto de la renovación. Comencé a evaluar el entrenar un modelo de lenguaje usando el diccionario como fuente para poder hacer consultas de manera más natural. Hablé con gente más experimentada y hábil que yo para irle dando forma a la idea y parecía plausible —aunque con una curva de aprendizaje considerable, hasta ese entonces, mi uso de IA había estado enfocada en lo audiovisual—.
De repente, casi cuatro años después de que me enterara de la existencia del «Diccionario de Corripio», OpenAI anunció el lanzamiento de los GPTs. ¡Ahora todo mundo podía tener su propia versión especializada de ChatGPT! El modelo ya estaba creado, entrenado con una cantidad enorme de información —con todos los problemas éticos, creativos y energéticos que eso significó— y ahora disponible para que pudiera meterle mano. Así que, sintiéndome un Dr. Frankenstein del siglo XXI, me puse a crear a un ente que no solo fuera capaz de darme ideas afines, sino además aportara referencias, pudiera cruzarlas, revisara fallas de ortografía y otras de esas tareas diarias; que me acompañara en el «solitario oficio de escribir» del que hablaba García Márquez (entre otros).
Me creé un asistente literario. Lo doté de personalidad; una basada en un mayordomo de inicios del siglo XX que habla siempre de «usted» y se muestra siempre servicial y amigable. Sus referencias están basadas principalmente en literatura en castellano (o traducciones al castellano) y, en su rol de estricto asistente, prefiere no escribir por ti pero está siempre disponible para revisar lo que hayas escrito.
Después de algunos refinamientos, hace un poco más de un año, le di al botón de «publicar» y el grito obligatorio de «¡está vivo! ¡vivo!», Don Plutarco comenzó a ofrecer sus servicios. Desde entonces, lo uso constantemente mientras escribo2 y he ido refinándolo con el tiempo.
Don Plutarco puede ser tu asistente también
Don Plutarco nunca ha sido público. En su corta existencia, solo se lo he compartido a unas cuantas personas para que lo probaran pero ¡hoy es el día de presentarlo en sociedad! (o, como se diría en el mundo de la tecnología, pasar de las pruebas alfa, a las beta).
Así que aquí lo tienes: prueba a Don Plutarco y decide si también lo sumas como tu asistente literario.
(necesitarás una cuenta de ChatGPT, puedes crearla ahi mismo si no la tienes aún)
Si tienes ideas sobre cómo mejorar el asistente, reporte de fallos, situaciones curiosas o cualquier otra cosa relacionada, deja un comentario,
o envíame un mensaje:
N. del. A. Este es un texto escrito entre carreras de los preparativos para mi viaje de vuelta a Barcelona. Estuve a punto de saltarme esta semana pero decidí que era mejor mantener la racha. En un futuro cercano tengo planeado escribir más a detalle sobre este tema.
Intenta recordar cómo se llama el actor de la película en la que sale la misma chica que salía en Titanic pero con pelo rojo y aparece tirada sobre el hielo en el poster. Si no lo recuerdas, aquí está otra pista.
Una nota sobre mi uso del asistente: aunque me facilita la vida para muchas cosas, aún tengo mis reservas, lo utilizo en conjunto con otras herramientas —wikipedia y Diccionario de Corripio mismo— en un intento de no depender completamente de una IA, de no perder las habilidades de investigar y unir los puntos por mi mismo.