La pecera
¿Cómo es que nadie se dio cuenta de que la mesa no cabía en la sala de reuniones?
No entiendo cómo es que La Dirección, en toda su sabiduría y presupuesto, no se dio cuenta de que la mesa era muy grande para la sala. Se gastaron un dineral en la reforma y el rebranding para hacer que este departamento se convirtiera en un spin-off de la empresa principal; hicieron todo lo posible para dar vida a la nueva rama «disrruptiva» y dinámica, alejada de la mentalidad corporativa, con ideales de startup y mobiliario acorde. Move fast, break things. Eligieron un nuevo nombre y lo pusieron en el directorio del edificio, adecuaron el logo, cambiaron a una tipografía serif acorde a la moda actual. Destinaron una planta entera, derribaron todos los muros para hacer espacio para el equipo en constante expansión. Mudaron a todos los integrantes al nuevo espacio diáfano que que permitiría mejor comunicación. Cambiaron las alfombras grises por unas con colores brillantes que estimularían a los trabajadores. Se deshicieron de los cubículos, juntaron los escritorios en islas sin divisiones para que los equipos —ahora llamadas células— interactuaran fácilmente. Añadieron una barra de madera pulida junto al ventanal que ilumina tres cuartas partes de la oficina. Pusieron una cafetera de marca italiana que provee de un suministro infinito de café-orgánico-de-proximidad. Añadieron una mesa de ping-pong y sillones bajos para incitar al esparcimiento. Work hard, play hard. Se instauraron los jueves de cervezas pagadas por la empresa en aras del teamwork y las sinergias.
En medio de la planta, como la joya de la corona, visible desde cualquier punto, está la sala de reuniones. La Pecera, le llaman. Tiene tres paredes de vidrio y una cuarta de tablaroca donde cuelga una televisión de muchas pulgadas que constantemente muestra presentaciones de PowerPoint. Dentro está la mesa; enorme, con esquinas protegidas con de melamina blanca. Encima, de madera pulida de altísima calidad, instalaron un equipo súper sofisticado con catorce micrófonos para facilitar las videoconferencias. Todo mundo en la sala —y fuera de ella— puede ver la pantalla. Casi. Quien se sienta en la cabecera es el único que debe girarse. Pero nadie usa ese asiento. Solo el jefazo se sienta ahí. Cuando nos honra con su visita cada tres semanas para la «reunión de seguimiento», voltea su silla —la única en la sala que puede girar trescientos sesenta grados sin chocar con algo o alguien— y mira la pantalla. Cada tres semanas, una decena de personas nos sentamos a su alrededor para ver diapositivas. Desde fuera debe parecer una versión abarrotada de la última cena. Hay un protocolo solemne, la gente va ocupando los puestos según la relevancia o la relación con él jefe: su séquito sentado más cerca de la tablaroca —a su izquierda o derecha según sea el nivel de relevancia—, el resto de asistentes se va sentando poco a poco, cada vez más alejados de la pantalla y más cerca cerca de la puerta. Es importantísimo estar puntual para esta reunión, no tanto por el jefazo, sino porque, a menos que carezcas de importancia corporativa, llegar tarde implica apretujarte entre las paredes y los respaldos hasta llegar a tu asiento o hacer que un grupo de personas se levanten para darte el paso. Entre más al fondo, más personas incómodas. Esa la manera incorrecta de llamar la atención del jefazo. Hay que cuidar todos los detalles si es que algún día quieres avanzar algnos asientos, incluso llegar a sentarte a la derecha del padre. Llegar a ser como un peón coronado de este tablero de ajedrez rodeado de paredes claustrofóbicas.
Yo soy de los que se sientan en la mitad tirando hacia la puerta. Casi nunca me preguntan nada. Guardo silencio y dedico el tiempo de las interminables reuniones en darle vueltas al asunto de cómo es que nadie se dio cuenta de que la mesa no cabía. Tengo algunas teorías: tal vez es un fallo de comunicación, no se fomentaron las sinergias top-down; tal vez el equipo de decoración recibió la encomienda de proveer un área de trabajo que diera cabida a las grandes ideas; tal vez, con el concepto estético ya decidido, y el departamento de compras a todo vapor, apareció alguien versado en los lineamientos de seguridad laboral y determinó que el ancho de los pasillos alrededor de la pecera no cumplían con la reglamentación y tendrían que ensancharse sin importar las afectaciones estéticas; tal vez La Dirección, en toda su sabiduría y presupuesto, pidió que la sala fuera diseñada para fungir como un jardín zen: un lugar para pensar en que las cosas se construyen tanto de lo material como de las ideas, que lo tangible y lo intangible inevitablemente se han de estampar contra la realidad y que, con ello, comienza de nuevo un ciclo con un sinfín de las posibilidades. También, que las expectativas se construyen lidiando con la incomodidad propia y ajena todos los días y que noventa por ciento —o más— de los problemas del mundo son por fallos de comunicación.
N. del A. Este es un outtake de una escena de la novela que estoy escribiendo. Me gustaba la reflexión del final pero no cuadraba con el tono general así que le construí una casa nueva en este post. Aquí nada se desperdicia.
Más desvaríos
Virtual Mute Meetings
Parte de 148p: historias de ficción (o auto-ficción) contadas en ciento cuarenta y ocho palabras exactas.
RE:cfrasis de una tarde de verano
Una mano [mía] sostiene un libro con una portada llamativa: sobre un gradiente de amarillo a verde hay siete elementos dibujados de forma realista. De izquierda a derecha y de arriba abajo aparecen: una mariposa, una calavera (humana), una gallina blanca, un rosario, un cuchillo (o machete), un grillo verde, una urna de barro. A la derecha de las imágen…
Me encantan los escritos oficinescos distópicos. Este lleva muy bien la ironía, felizmente condimentada con terminología corporativa. Excelente 👌🏽👌🏽